miércoles, 30 de septiembre de 2009

Editorial. Raúl O. Artola

“Todos nosotros somos dos personas. Una de ellas, la exterior, es la que vemos, la que trabaja y actúa socialmente, que es generalmente tímida e inhibida. La otra es interior, es fuerte, desprejuiciada y audaz, muscular. Esa persona es la que tiene que escribir, la que tiene que mostrarse, para que lo que escribamos pueda conmover”.
Stephen King y George A. Romero (en filme “The Dark Half”)


Puede suponerse, provisoriamente y contra lo sostenido por casi todas las corrientes críticas, que podemos escribir como si estuviéramos fuera de un contexto social, como si no existieran las condiciones materiales y objetivas de producción. Al menos como horizonte utópico. Esto, si somos capaces de pensar y concebir que cuando escribimos somos otros.
Ninguna norma rige las conductas de nuestros personajes, a priori. Son, mientras no decidamos lo contrario, amorales. Cada autor verá la conveniencia de ponerles límites o frenos a las acciones que el personaje puede emprender. O no, podrá elegir no inhibir en absoluto sus pulsiones. (Cómo resolverá sus destinos posteriores ya es otra cosa...). En la ficción puede triunfar el mal –como en la vida “real”-, pero gozosamente, sin sanción moral. De esta idea surge el nacimiento del antihéroe en la moderna narrativa literaria, teatral y cinematográfica.
El personaje Raskolnikov, en Crimen y castigo, mata a la usurera e íntimamente lo aprobamos. Pero Dostoievsky se da cuenta que provoca esa simpatía y como cree en Dios y en el Bien y en el Mal, lo hace confesar el crimen a Sonia, su amiga prostituta, y termina purgando su falta en Siberia, acompañado por ella, que lo ama. Dostoievsky se decide por la fábula moral; él escribe a mediados del siglo XIX y pedirle otra cosa sería extemporáneo. De esa manera, por otra parte, él defiende su novela de la censura y hace posible que se publique y llegue hasta nuestros días como una obra maestra. Pero tenemos que saber que nosotros, en el siglo XXI, podemos hacer otra cosa.
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Woody Allen, en Crímenes y pecados, ya procede de otra manera. Su criminal, encarnado por Martin Landau, con premeditación y alevosía se asegura la impunidad, y, aunque nos parezca condenable, terminamos compadeciéndonos de sus tribulaciones espirituales, de su remordimiento. No encuentra la paz y nos parece que con eso paga su crimen. De alguna manera lo perdonamos; nos alcanza con ese infierno en vida que lo carcome. Creemos que con ese castigo es suficiente.
En esta época hay otro relativismo moral y somos capaces de miradas más sutiles sobre la condición humana. Ya casi nada nos sorprende y estamos dispuestos a ser más comprensivos –o compasivos- con algunas faltas, en determinados casos. Somos más conscientes de que cualquiera de nosotros, en ciertas situaciones, podemos ser ese mismo monstruo que nos repugna pero a la vez nos interpela.
Y el arte, frente a eso, tiene lo propio para decir. Su función siempre ha sido estar a la vanguardia del pensamiento de cada época. Ir más allá. Tendríamos que hacernos cargo de esa posibilidad, que si empuñamos nuestros recursos y vocación apasionadamente, se convierte en un mandato interior.
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Poco antes de morir, Roberto Bolaño declaró que “la pornografía es demasiado importante para que la dejemos en manos de los mercaderes del sexo; los escritores debemos ocupar esa vacante como artistas”.
El uruguayo que utiliza el seudónimo Ercole Lissardi, nacido en 1950, parece coincidir puntualmente con la tarea pendiente formulada por Bolaño. Se dedica a una narrativa “de relaciones sexuales”, rechazando las definiciones de “eróticas” o “pornográficas” pues afirma que “tal distinción no sirve para nada porque su a priori (sugerir/mostrar) no tiene nada que ver con la calidad de la obra en cuestión.”
Profundiza la idea afirmando que “en realidad la distinción erotismo/pornografía es la expresión estético-conceptual de la necesidad profunda que tiene nuestra sociedad -o que nuestra sociedad cree que sigue teniendo- de ghettizar lo sexual.”
Y la completa diciendo: “Cuando nuestros artistas se sacuden olímpicamente los ghettos temáticos y de vocabulario -sea en el terreno de la imagen o en el de la palabra- y encaran sin restricciones el universo de lo sexual lo que hacen es cumplir con su deber de artistas, realizar aquello para lo que el arte existe: forzarnos a poner en duda nuestras convicciones profundizando los niveles de nuestra experiencia.”

Raúl O. Artola
Viedma, septiembre 2009
www.elcamarote.com.ar
http://www.bastaraparasanarme.blogspot.com


“Todo lo que vívidamente imaginemos, ardientemente deseemos, sinceramente creamos y con entusiasmo emprendamos, inevitablemente sucederá”.

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